sábado, abril 27, 2024

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Cinco mitos sobre las vacunas

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la vacunación evita entre dos y tres millones de muertes cada año. En nuestro país, su gratuidad y acceso es un derecho garantizado a partir de la ley 22909 sancionada en 1983 y reemplazada en 2018 por una nueva norma que busca, entre otras cosas, favorecer el acceso al derecho de vacunarse en todo el ciclo de la vida.

Sin embargo, a pesar de ser seguras y efectivas para prevenir y controlar muchas enfermedades infecciosas, existen todavía padres y cuidadores que eligen no vacunar a sus hijos. En esta nota, repasamos la evidencia científica actual sobre la inmunización.1

Las vacunas causan autismo.

El temor generalizado de que las vacunas aumenten el riesgo de autismo se originó con un estudio de 1997, publicado por el cirujano británico Andrew Wakefield, que luego fue completamente desacreditado por graves irregularidades científicas.

Aún así, estudios posteriores decidieron probar esa hipótesis. ¿Los resultados? Ninguno de ellos encontró un vínculo entre alguna vacuna y la probabilidad de desarrollar autismo.

Y aunque todavía se descocen las causas de este trastorno, varios estudios encontraron síntomas en niños que todavía no habían recibido vacunas y otros más recientes proporcionan evidencia de que se desarrolla en el útero.

No necesitamos vacunas si las tasas de infección ya son bajas.

Gracias a la inmunidad colectiva, mientras la mayor parte de la población esté vacunada contra una enfermedad, aquella minoría que no puede recibir vacunas —recién nacidos, mujeres embarazadas, ancianos y personas con sistemas inmunes debilitados— estará protegida

Sin embargo, si muchas personas deciden no vacunarse ni a ellas ni a sus hijos, los virus y bacterias tienen más chances de establecerse y propagarse, especialmente en un contexto en el que los viajes internacionales son moneda corriente.

Y aunque una enfermedad sea poco común en el lugar en el que vivimos, no quiere decir que sea así en todas partes del mundo.

Las vacunas debilitan el sistema inmunitario.

Las vacunas introducen en nuestro cuerpo una versión debilitada o desactivada de un virus o bacteria en el cuerpo para que este produzca anticuerpos capaces de combatir la infección. Esto le enseña a nuestro sistema inmunitario cómo combatir la enfermedad, pero no causa la enfermedad ni nos expone a riesgos de posibles complicaciones.

La inmunización por infección natural, en cambio, si nos expone a las graves complicaciones que traen aparejadas las enfermedades.

Las vacunas contienen muchos ingredientes dañinos.

Aunque es cierto que algunas vacunas contienen sustancias que son dañinas para el cuerpo en grandes cantidades (como el mercurio, el formaldehído y el aluminio), están presentes a dosis que son incluso más bajas que las dosis a la que estamos expuestos naturalmente en nuestro ambiente.

Las personas consumimos formaldehído, por ejemplo, cuando comemos frutas, verduras e incluso carne. El aluminio, por otra parte, está presente en el agua, los ingredientes alimentarios y los conservantes y el timerosal, un compuesto que contiene mercurio, se encuentra también en la leche, en mariscos y en las soluciones de lentes de contacto.

Las cantidades de estas sustancias en las vacunas son tan bajas que no causan daño al cuerpo y son indispensables para asegurar la potencia y la esterilidad de las mismas.

Las vacunas pueden reemplazarese por una mejora en la higiene.

Aunque una mejor sanidad, nutrición y el desarrollo de antibióticos ayudan mucho, no son suficientes para evitar que las infecciones vuelvan a aparecer. Además, muchas enfermedades se pueden propagar independiente de la higiene que mantengamos.

La vacuna contra el sarampión introducida en 1963, por ejemplo, disminuyó drásticamente la tasa de infección en tan solo una década, pasando de 400.000 casos al año hasta entonces a 25.000 en 1970.

Por Florencia Luna

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